Cuando pensar se queda sin lugar: la soledad intelectual en tiempos de hiperconexión


El momento social actual y las formas relacionales contemporáneas dibujan un contexto cuya supuesta hiperconexión esconde en verdad un tipo de soledad que va más allá de estar físicamente solo detrás de una pantalla consumiendo pasivamente un contenido, o la de no tener pareja o un grupo de amigos, sino que es la soledad del diálogo y de las ideas: la soledad intelectual.
Pareciera entonces que el problema reside en lo digital, pero en verdad la virtualización de la vida cotidiana solo es un multiplicador de una situación de base que muchas personas a menudo experimentan a lo largo de sus vidas, algunas incluso desde temprana edad.
Perfiles más intelectuales o introvertidos - que desarrollan sus inquietudes mentales a través de contenidos no del todo digitales como libros, series, películas u otros hobbies - carecen de un espacio donde compartir intereses comunes y, debido a la superficialidad y rapidez con que se consume contenido actualmente en las redes, tampoco encuentran allí su morada.
Paradójicamente, el sinfín de posibilidades que ofrece internet, desde redes sociales hasta podcasts, videos informativos y charlas infinitas a un clic, configura casi siempre un monólogo y no una conversación. Escuchamos el contenido y podemos dejar un comentario o un like, pero poco más, ya que la relación siempre es unilateral. En este escenario la soledad intelectual se multiplica porque, aunque recibimos información todo el tiempo, muy pocas veces tenemos un lugar donde hablar de verdad. Además, esta situación podría sentirse de manera aún más profunda a partir del uso de las IAs, puesto que, aparte del vacío de diálogo estructural mencionado anteriormente, estas generan un nuevo tipo de vacío: un espejismo comunicacional que intensifica la falta de presencia vincular.
Asimismo, es cierto que, teóricamente, las personas con altas capacidades o superdotación fueron las primeras víctimas sociales de la soledad intelectual, debido a que presentan de manera inherente un pensamiento arborizado, con cierta profundidad y una tendencia a la curiosidad trascendental. Con todo, una mente inquieta no siempre está ligada a una neurodivergencia per se. Siendo así, la soledad intelectual no es un fenómeno de nicho ni mucho menos está circunscrita a un diagnóstico o a un estilo de personalidad, sino que constituye una característica epocal con matices individuales.
Sea como fuere, la soledad intelectual es una realidad que muchos experimentan y cada vez con mayor intensidad. También es importante mencionar que el sistema educativo y los espacios sociales rara vez están diseñados para quienes siempre tuvieron ideas propias. A esto se suma el ruido digital, los espacios de consumo vacío y la falta de profundidad, lo que hace que muchos se sientan desencajados o perciban que en su vida cotidiana no existe un lugar común para la reflexión y el diálogo.
Por esta razón resulta de extrema importancia y necesidad generar espacios físicos reales donde podamos dejar atrás la pasividad del consumo de contenido y permitir que el pensamiento trascienda lo meramente teórico para convertirse en una práctica continua, compartida y viva.
Quizás lo que necesitamos hoy no sean más likes ni más diagnósticos, sino espacios para pensar juntos. Lugares donde no se convence, se conversa.
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